martes, 5 de agosto de 2008

Leviatan

El viajero surcaba los mares, contento de no haber tenido ningún encuentro con tritones ni piratas. Su frágil barco había conseguido aguantar una temible tormenta. Pero la alegría de no haber sufrido ningún encuentro hostil y de haber sobrevivido a las inclemencias del tiempo se disipó cuando se puso a pensar en cuán lejos estaba de la costa. Habían pasado días y días sin haber visto ni un mísero islote sobre el cual poder poner sus pies. Añoraba pisar tierra firme y la desesperación le fue dominando durante los siguientes días.

También vio que sus provisiones estaban al límite, no durarían más allá de aquel día. Había planeado un pequeño viaje, sólo preocupándose de pasar como mucho una semana en alta mar, de disfrutar del viaje simplemente y tener un poco de tranquilidad, harto de las bulliciosas ciudades. Nunca pensó que pudiese haber estado medio mes vagando sin rumbo, racionando su comida y su bebida, quedándose con hambre y sed. Se arrepentía del capricho que había tenido hacía quince días y aunque hubiese deseado volver a casa, esa posibilidad se le hacía improbable.
Se tumbó y estiró los brazos y las piernas. Ni veía ni oía a las gaviotas, era lo último que le podía dar cierta esperanza. Así que definitivamente dio por perdido todo y esperó a que la muerte le sobreviniese...





Observó cómo las nubes grises se arremolinaban sobre él. Se avecinaba una tormenta, de eso no cabía duda. Pero le extrañaba que las nubes se juntasen y girasen con tanta velocidad, le resultaba sospechoso. Entonces se acordó de las historias sobre ataques de Leviatanes, donde se narraba cómo el cielo se oscurecía de pronto, como mágicamente, antes de que aquellas bestias comenzasen su ataque. No esperaba que una de esas enormes serpientes pudiese aparecer, pero pensó que era mejor ser engullido por una de estas criaturas legendarias que morir de inanición y deshidratación. Cerró los ojos y comenzó a notar el violento movimiento de la barca con las primeras olas furiosas.

No tardó apenas medio minuto en sentir cómo un golpe de mar le había lanzado fuera de su embarcación. No abrió los ojos cuando cayó al mar. Sentía el agua a su alrededor y cómo durante unos segundos estuvo descendiendo. Creyó que ya acabaría todo, notaba cómo le faltaba aire en los pulmones. Como todo aquel que estuviese a punto de ahogarse, sentía el impulso de nadar hacia la superficie y tomar una bocanada de aire. Pero este hombre había perdido las esperanzas de vivir y dejó que continuase su trayectoria descendente. Entonces, una extraña corriente lo empujó hacia arriba, tanto que llegó a la superficie.
Aunque no quería, el viajero tomó bastante aire y abrió los ojos. Observó su barco, aún flotando, pero con el único mástil roto. Estaba a unos diez metros del barco. El viajero no quiso nadar hacia el barco y permaneció donde estaba. Miró a su alrededor, mientras las olas lo empujaban y a veces parecía que lo iban a hacer volar por los aires de nuevo. Ni rastro del supuesto Leviatán. Empezó a dudar de las leyendas que había escuchado.

Y aquellos dos ojos, amarillos y tan grandes como él mismo, aparecieron bajo él.

El viajero no se apartó, el miedo invadía su cuerpo y lo dejaba paralizado. También era cierto que no tenía intención alguna de huir, si aquello que se aproximaba era un Leviatán, ¡que acabase pronto con su vida! Pero los ojos desaparecieron de la vista. Desesperado, el náufrago se puso a buscarlos sin éxito. Un montón de burbujas subían hacia la superficie, a unos cinco metros de él. Notaba cómo algo grande se aproximaba. Él no se apartó, no por voluntad propia, y una alargada sombra hizo que el oleaje que provocaba apartase al náufrago varios metros.

El Leviatán había sacado sólo parte de su cuerpo. La piel estaba cubierta por escamas de color turquesa, tan brillantes que los rayos que había sobre el mar se reflejaban dando lugar a destellos cegadores. A los lados de la gigantesca serpiente aparecían dos extrañas membranas doradas, que más bien parecían las alas de un dragón, pero bastante ridículas comparadas con aquella bestia, al igual que los brazos de la criatura, pequeños pero seguramente llenos de fuerza. La cabeza del Leviatán mezclaba los rasgos de una serpiente con los de un dragón y parecía estar cubierta por un “casco” dorado. El Leviatán se inclinó un poco para observar al náufrago. El viajero pudo ver la espina dorsal del Leviatán, de la cual sobresalían unas pequeñas (en comparación con aquel ser) púas de su espalda.



Sin moverse, el viajero se quedó mirando fijamente a la gran serpiente marina. El Leviatán observaba curioso y el náufrago temió que tal vez no fuese un bocado apetitoso para la criatura. Y es que no era lo mismo una tripulación completa de marineros que un simple náufrago.

Otro Leviatán había surgido cerca del primero. Esto le parecía muy extraño al viajero. ¿Por qué dos serpientes? También este segundo Leviatán observó curioso al náufrago. La situación le parecía muy molesta y tremendamente ridícula al viajero.
Los dos Leviatanes se apartaron y una tercera serpiente, más voluminosa que las dos anteriores, surgió de las aguas. De pronto, la tormenta cesó y el mar se tranquilizó, todo de golpe. El tercer Leviatán se inclinó hacia el náufrago y entonces aquel hombre pudo ver que había algo sobre su cabeza... mejor dicho, alguien.

La mujer era muy alta, tal vez superaría los tres metros de alto. Un cuerpo deslumbrante quedaba cubierto por una túnica de color azul oscuro, que dejaba los hombros al aire. Entre las delicadas y blancas manos, aquella mujer de rasgos finos y larga cabellera celeste sujetaba un báculo bastante parecido a un tridente, pero con sólo dos púas. Los ojos, azules y profundos como el mar, se clavaron en el náufrago, quien quedó paralizado ante tanta belleza.
La extraña mujer bajó del Leviatán y sus pies descalzos no se hundieron en el mar y flotaban sobre la superficie del océano. La mujer se acercó al hombre que seguía atónito. Ella miró de nuevo al náufrago. El viajero sintió como si le leyesen la mente, tenía la extraña sensación de que aquella mujer invadía su intimidad. Trató de llevarse las manos a la cabeza, pero su cuerpo estaba paralizado. En ese momento, tenía más y más ganas de morir, no sabía por qué, pero lo deseaba. Incluso gritó para que le dejasen morir en paz.

La mujer no habló en ningún momento y ni se inmutó cuando el hombre le gritó. Su mirada ya daba a entender que estaba en contra del deseo de aquel hombre. Los tres Leviatanes se hundieron con un simple gesto del báculo de la mujer. Ella se situó más cerca aún del hombre y le extendió una mano. El náufrago sentía que sus fuerzas le abandonaban y quedó inconsciente mientras la mujer seguía acercando la mano...

Nunca supo cómo podía haber sido, pero aquel náufrago despertó flotando cerca del puerto de Derrium. Unos pescadores le vieron, lo recogieron y tuvieron que llamar a un clérigo para poder atender al náufrago, quien presentaba un aspecto de lo más lamentable. Durante varios días, hasta que recuperó sus fuerzas, el hombre apenas sí estaba despierto, sólo lo justo para comer. Y cuando parecía que se había recuperado por completo, vinieron a su mente aquellos momentos en los que había visto tres Leviatanes ni más ni menos. Había oído en las leyendas sobre ataques de una única criatura y casi nunca sobrevivía gente... ¡y él había salido vivo de tres Leviatanes! ¿O simplemente lo había soñado?


El rostro de la extraña mujer apareció en su mente. Y luego la vio de cuerpo entero. Una sensación indescriptible lo invadía.
No sabía cómo, pero empezó a contarles a los pescadores que lo habían cuidado aquello que había visto... o que había soñado, no lo sabía, pero lo hizo con todo lujo de detalles. Entonces, uno de los pescadores le dijo:
- Tienes suerte, viajero. Ella es la única que puede evitar que una de esas bestias te despedace y sólo un barco pudo verla, aunque nadie más la vio... Mi abuelo pertenecía a la tripulación de aquel barco tras aquello. Precisamente fue la presencia de esa mujer lo que salvó a mi abuelo y a los demás tripulantes del barco. Parece que la Diosa Leviatán no está muy de acuerdo con lo que hacen sus "niños".

El viajero se quedó pensativo: ¿Diosa Leviatán? Jamás había oído hablar de ella, ni tan siquiera sabía que alguien más la había visto antes que él. Pero estaba claro que ella controlaba a esas criaturas y que cuando estaba ella presente no ocurrían las catástrofes que decían las ahora para él no tan ficticias historias sobre Leviatanes destructores de barcos.

No sabía tampoco por qué, tal vez fuese la mirada de esa mujer o tal vez porque había sobrevivido cuando todo indicaba que moriría, pero pensó en esto como en una segunda oportunidad. Poco a poco fue recuperando sus ganas de vivir y por siempre quedaría el recuerdo de su encuentro con la Diosa Leviatán. Sabía que nunca volvería a verla, pero para él una vez era más que suficiente.

2 comentarios:

Dysere dijo...

Y... ¿Anfitrite te suena?

m3r1 dijo...

¿Lo has escrito tu?
Me ha encantado.^^
Es curioso como cuando uno lucha por algo que realmente quiere y se deja perdido ante la evidencia (en este caso, la muerte)...todo conspira para que suceda lo contrario.

:)
Es genial el texto.

Un beso!